LAS QUE VENCEN

Reseña realizada por Julieta Pestarino para el club de lectores de la Biblioteca de Turma

Las que vencen es un fotolibro con formato de bitácora de viaje y cuaderno de notas de campo que nos sumerge en un recorrido por el litoral argentino. Mitad antropóloga, mitad fotógrafa, como una figura mitológica, su autora trabaja bajo dos perfiles que, en realidad, se resumen a uno: el poder abordar la experiencia para expresar sentidos.

Jose recorre en moto bajo la lluvia las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones en búsqueda de mujeres únicas que pueden vencer ciertos males, aquellas que saben realizar venceduras. Cada vez que llega a un nuevo pueblo y pregunta quién tiene este don y dónde vive. Sin rodeos, las visita a una por una, pasa tiempo con ellas, les saca fotos, las abraza. Me la imagino volviendo cada noche a su carpa y tomando notas de todo con oraciones cortas y concretas, pues está agotada de manejar todo el día, de recorrer rutas y pueblos nuevos, de levantar y volver a armar campamento. Sabe que ese registro es elemental para no olvidar las sensaciones de cada parte de la aventura. El cuaderno y la cámara son también, de alguna manera, una compañía en la soledad del trabajo de campo/viaje fotográfico.

Las páginas de este libro condensan mucha información con atento detalle y cada vez que lo vuelvo a mirar descubro un elemento nuevo. Si prestamos atención, encontramos datos que nos indican cómo avanzan los kilómetros del viaje, las coordenadas de ubicación de cada día, la ruta transitada. Hay fotos de paisajes, de ingredientes utilizados para las venceduras, retratos de las que vencen, de la moto, de animales y hasta de todos los elementos usados por Jose durante la travesía. Entre todas estas imágenes se alternan las notas de la autora y los testimonios de sus entrevistadas. Como todo libro es mudo, pero éste está repleto de voces y sonidos.

Leo/miro el libro y siento que estoy viajando con Jose en esa moto. Entro en un estado casi hipnótico. Me caigo en las curvas embarradas, tengo frío por la noche, miedo en los campings solitarios. Jose dice que no tiene miedo, pero yo sí. Leo durante semanas aquel día a día, vuelvo una y otra vez sobre las fotos y las recorro en un viaje propio. Siento el olor de la tierra húmeda y el calor de las casas de las mujeres que visitamos. Quiero saber más de cada una de ellas y hasta escucho cómo hablan en portugués. Este libro tiene sin dudas una cualidad: entre sus palabras y sus imágenes se arma una amalgama perfecta y no sé si las notas acompañan a las fotos o si las fotos revelan aquellas notas.

A medida que avanzan las páginas y me sumerjo en este litoral, me empiezan a asaltar conexiones con otras referencias. Me acuerdo que conocí a Jose cuando era adscripta en una materia que yo cursaba como alumna. Pienso en la idea de una antropóloga trabajando en moto, nada más diferente de lo que se supone que la universidad enseñaría. En realidad, no hay ninguna manera establecida de hacer las cosas, pero no sería lo que nos imaginamos como primera opción. Sin embargo, enseguida me acuerdo de una foto de la antropóloga Mery Douglas andando en moto, una señora mayor muy inglesa con su pollera y zapatos acordonados. Creo haberla visto en un libro ajeno, pero recuerdo que me compré un ejemplar hace poco. Es un libro justamente sobre antropología y fotografía, la coincidencia no podría ser más adecuada. Voy corriendo a mi biblioteca y lo ojeo rápido hasta encontrarla. Allí está, la foto es un barrido y Mery justo tiene los ojos cerrados. Dentro de todos los nombres canónicos con los que nos formaron muy pocos eran de mujeres, por eso no hay manera de que me olvide de ella.

Creo comprender que el primer acercamiento con las que vencen que tuvo Jose fue a partir de la psoriasis de su mamá. Lo entiendo perfectamente porque me remite a la psoriasis incurable de mi papá. Nunca visitó mujeres que vencieran, estaba resignado a convivir desde adolescente con un mal que se extendía sin tratamiento de la ciencia moderna. Pienso en muchos otros males que no tienen una solución certera. Entonces allí aparecen ellas, con un conocimiento heredado que no pueden transmitir mientras lo estén ejerciendo. “Las mujeres somos las que sabemos esto, las que aprendemos para salvar a los hijos”, afirma Doña Quela de Yapeyú. Al lado de su relato la podemos ver, con su mirada severa y las manos huesudas. Ella sabe vencer a la culebrilla y si nos tragamos una espina de pescado. Seguramente puede vencer algunos males más, como Susana de Ubajay que vence empacho, rendidura y desgarros. “Las venceduras no se cobran, se hacen de corazón” nos dice.

Siempre pensé que la antropología y la fotografía tienen mucho en común y creo que este libro lo confirma. Si lo mira unx fotógrafx creerá estar viendo un fotolibro; si lo mira unx antropólogx pensará estar ante un hermoso cuaderno de notas de campo ilustrado. Si bien desde un principio trabajaron juntas, la separación entre estas dos disciplinas se concentró en diferenciaciones críticas alrededor de las ideas de realidad y verdad, divergiendo en tradiciones muy diferenciadas. En cierto punto se pensó que la escritura sería más objetiva que la creación de imágenes. Sin embargo, en ambos casos el ejercicio es el mismo. Las que vencen propone un viaje compartido entre disciplinas, entre quienes leemos/miramos y su autora, entre la posibilidad de vencer y de creer.

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Julieta Pestarino

SOBRE ADAPTACIONES Y ENGAÑOS A PRIMERA VISTA

de Viviana Carlos por Gabriela Ballesi para el club de lectores de turma

La actitud ecológica de Viviana Carlos en el fotolibro “Sobre adaptaciones y engaños a primera vista”

Existe un deseo por construir físicamente el paisaje para que cumpla con las especificaciones de nuestras fantasías. Aun cuando el paisaje construido sea amable y generoso, es totalmente ficticio.

Viviana Carlos

Engaños

 

 

La palabra “California” inmediatamente dispara en nuestro imaginario los cielos límpidos, el sol brillante y constante, el mar y la fantasía de los sueños cumplidos en la fábrica de Hollywood. 

 

 

Pero California es un estado ilusorio y hasta su nombre no tiene relación alguna con el territorio. Conquistada por los españoles, esta palabra proviene de una antigua novela de caballería escrita durante el siglo de oro, que forma parte de un subgénero denominado “falsa traducción”. Las falsas traducciones dotaban a los relatos de un aura misteriosa y lejana, ya que atribuían a las historias orígenes griegos o latinos. 

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En la portada del libro “Sobre adaptaciones y engaños a primera vista”, Viviana Carlos dispone una imagen que desconcierta. ¿Qué vemos? Algo que parece un ave posada sobre un tronco partido, el perfil de una planta. Pero… de qué se trata esa estructura? ¿Son ramas? Con esta confusión nos adentramos en sus páginas que, a simple vista, parecen una sucesión de imágenes de archivos de palmeras. La primera imagen nos sitúa en una hilera de una calle cualquiera de Los Ángeles, pero en el recuadro donde debiera ir alguna información escrita, hay vacío. Como una señal, ese epígrafe por llenar será una invitación a buscarlo por nuestros propios medios a lo largo de la lectura.

 

 

Así como la palabra “California”, las palmeras que vemos en las postales no son autóctonas. Antes de la conquista, el paisaje original era semiárido y solo crecían palmeras nativas muy lejos de Los Ángeles, en el oasis del desierto del Colorado. Los misioneros franciscanos fueron los primeros en introducir especies exóticas, plantadas con fines ornamentales. Y a lo largo del siglo XIX e inicios del XX se insertaron muchísimas más con el fin de instaurar la idea que California era el litoral mediterráneo de América, su costa latina, soleada, protegida por palmeras. Toda esta puesta en escena se hizo con el fin de convencer a la población de migrar y habitar ese espacio luego de la fiebre del oro.

 

Adaptación 

 

Viviana Carlos es mexicana y emigró a Estados Unidos con su familia de pequeña. Se trasladó muchas veces entre México y Estados Unidos. Como ella reconoce, tuvo la suerte de atravesar una inmigración bajo las normas de la ley estadounidense. Pero tener la documentación completa solo facilita uno de los aspectos de establecerse en un nuevo lugar.  Como las palmeras, Viviana tuvo que insertarse en otra cultura, aprender sus costumbres, su idioma, adaptarse.  Así como la naturaleza, ella atravesó un proceso continuo de variación, combinación y mutación. 

 

 

 

 

A diferencia de los conquistadores, Viviana toma lo que el espacio le brinda para hacer su trabajo: utiliza material de archivo de diversas colecciones. No interviene en el paisaje de las imágenes, sólo lo investiga.  Las únicas imágenes producidas por la autora son apenas pequeños registros: un colchón tirado sobre un piso con unas mantas encima en medio de un cuarto claro; sobres y papeles desparramados en la calle; una pequeña y solitaria casa al anochecer iluminada tan sólo por una lámpara. Parecen las marcas que alguien deja apenas llegado a un lugar, casi anónimas, sin huellas, sin raíz.  A modo de reparación y a sabiendas que no hay forma de retornar al origen, la propuesta de la autora tiene una actitud ecológica dentro del hábitat actual de la fotografía, donde se producen imágenes sin parar.   Otra decisión importante es la elección de imprimir las fotografías a una tinta por medio de risografia. En esta técnica artesanal, las reproducciones no son idénticas, sino que en cada una aparecen detalles, imprecisiones profundamente conectadas con la siembra intensiva de palmeras: si bien todas son de la misma especie, cada una es poseedora de detalles que las singularizan frente al resto.

Las hojas de las palmeras maduran y se endurecen rápidamente. Esta característica las hace menos atractivas para comer y por esta causa, las palmeras se salvaron de ser devoradas por los dinosaurios, relata Viviana en los textos que acompañan a las fotografías, escritos tanto en español como en inglés.  Algunas especies tienen espinas, incluso veneno. Y como ellas, cualquier recién llegado se protege, se endurece. Tiene que ocultar las marcas de origen, camuflarse con el entorno. Adaptarse es una forma de engañar, más que nada a uno mismo. 
Algunas palmeras parecen a punto de caerse, otras están erguidas sobre el horizonte. Unas encerradas entre verjas, otras saliendo por encima de los techos de las casas. También las hay en grupos de dos o tres, pero muchas más solitarias. Los ejercicios de adaptación son diversos y cada ejemplar desarrolla el que mejor le facilite el asentarse.
Hay un grupo de imágenes en el libro que son diferentes al resto: son primeros planos de las palmeras, sus surcos, sus raíces, la sombra particular que proyectan sus hojas sobre los troncos. Dejan de ser un grupo, poseen identidad. Quedan en silencio, sin texto que las acompañe. Nos invitan a descifrar su enigma, conocerlas más allá de lo colectivo, a observarlas y escucharlas.

Inventar un sueño

 

 

Las palmeras de Los Ángeles deben su status icónico más a las aspiraciones culturales y la ingeniería de principios de siglo XX del sur de California que a la ecología natural de la región.  Las palmeras están más relacionadas con las hierbas que con los árboles y por esta razón necesitan abundante agua para crecer, casi tanto como los cuidados y verdes céspedes que se ven en toda la región.  Todos ellos dependen de inmensas cantidades de agua que el sur de California importa desde cuencas hidrográficas lejanas. Se vaciaron valles para que esa ciudad crezca. Y gracias a la especulación de terratenientes y grandes comerciantes, estos terrenos cobraron altísimo valor.
La última plantación masiva de palmeras se realizó en 1931, con el objetivo de embellecer la ciudad en vistas a los Juegos Olímpicos de 1932. Sin embargo, la razón detrás de plantar 40.000 ejemplares tenía como objetivo principal que los desempleados de Los Ángeles volvieran a trabajar luego de la crisis del ́29.  

En la actualidad, muchas de las palmeras plantadas en la década de 1930 se acercan al final de su vida natural. La llegada del picudo rojo -conocido por devastar las poblaciones de palmeras en todo el mundo- es un mal augurio para el futuro de los árboles más jóvenes. El Departamento de Agua y Energía de Los Ángeles informó que a medida que las palmeras mueran, la mayoría serán sustituidas por árboles mejor adaptados al clima semiárido de la región, que requieran menos agua y ofrezcan más sombra. 

En la actualidad, muchas de las palmeras plantadas en la década de 1930 se acercan al final de su vida natural. La llegada del picudo rojo -conocido por devastar las poblaciones de palmeras en todo el mundo- es un mal augurio para el futuro de los árboles más jóvenes. El Departamento de Agua y Energía de Los Ángeles informó que a medida que las palmeras mueran, la mayoría serán sustituidas por árboles mejor adaptados al clima semiárido de la región, que requieran menos agua y ofrezcan más sombra. 

 

En su libro “Shanzhai”, Byung-Chul Han desarrolla las controversias que genera en occidente la copia y lo falso. Frente a esta postura, él contrapone la china que concibe la creación en y desde la copia. Las creaciones que imitan al original se caracterizan por una gran flexibilidad, mutan tanto que se convierten en originales o incluso, mejores que aquellos. 
Frente a los picudos, frente a la incertidumbre del cambio en el paisaje, la adaptación y la mutación serán las nuevas formas de habitar. Qué mejor manera que seguir engañando este territorio triplemente falso que es el sur de California. Incluso hasta podrían insertarse las mismas plantas nativas de la región. Aunque sabemos, luego de esta lectura, que cada inserción será una adaptación y posiblemente, otro nuevo engaño.

  • Gabriela Ballesi 

El finde estuve en Rosario

Reseña del libro «El finde estuve en Rosario» de Maria Victoria Sananes para el club de lectores de la biblioteca de TURMA por COPIA

Me encuentro con María Victoria Sananes (@toiasananes) en un Café sobre Av. Dorrego por el que pasan muchos colectivos. Llego primera y cuando me avisa por whatsapp que está a unas cuadras pienso en cómo saber quién es quién. En general, este miedo nunca tiene complicaciones porque, o soy la única sentada fumando un cigarrillo mirando para las cuatro esquinas o porque en mi foto de whatsapp aparezco con el mismo corte de pelo que llevo ahora, solo que un poco más prolijo. La reconozco de inmediato, es bastante parecida a las selfies del libro del que nos juntamos a conversar y me gusta ver cómo era en el 2014, siento que la stalkee en alguna red social pero lo cierto es que no.

 

 

 

 

 

 

 

El finde estuve en Rosario, el libro de Sananes ganador del Premio Fundación Larivière, nos abre una puerta.

 

Con una foto en la portada de un tanque escupiendo fuego blureada, y unos puntitos que simulan ser la contraseña de un celular, nos adentra al terreno de lo epistolar: conversaciones entre la autora y un amigo de la infancia, que se fue a vivir a Israel y está en la Tzavá, el servicio militar obligatorio en medio de un operativo bélico.

El libro aparenta ser un celular, entra en la palma de nuestra mano, tiene bordes redondos como tienen los Iphones, es mate — que a primera vista uno pensaría que es todo lo contrario a un dispositivo electrónico, porque estos últimos reflejan brillo, pero si lo pienso bien, el brillo en papel me remite a las revistas y el mate, a otra cosa. El mate succiona, comprime, el brillo expulsa. Y el celular, succiona.

 

 

 

 

 

Conformado por fotos, capturas de pantalla y textos de whatsapp, el libro documenta dos estadios simultáneos explorados con la misma fuerza e importancia. Lo que me parece increíble de esta dualidad, que se ve desde la portada (el título habla de Rosario, la foto de la guerra) y que se mantiene en todo el libro tiene que ver con la intención de mostrar una guerra por el costado, o mejor dicho, una guerra que existe en simultáneo a todas otras cosas que también están pasando.

 

 

 

 

La narrativa pareciera adaptarse al formato, que se desarrolla mediante conversaciones, a veces triviales y a veces más intensas entre estos dos amigos para saber el uno del otro. Victoria va a una clase de swing, Ariel sale de fiesta, Victoria viaja a Rosario, Ariel con un arma de balas de goma.

 

 

 

 

 

Preguntas que se responden con Selfies, imágenes que se responden con otras imágenes. La hora, los emojis, los errores de ortografía, constituyen las piezas indispensables para la conformación de la obra.

 

 

 

Cuando pedimos el café Victoria apoya el libro con su maqueta y la diferencia entre ambos es clara.

 

 

 

 

 

El fotolibro parece convertirse en celular hacia el final, se tecnifica con detalles estéticos y conceptuales. Le hace algo al lenguaje, lo cambia. Redondea sus puntas, pasa de fotos doble página a fotos de una sola.

 

Se permite perder los detalles de fotos grandes que se exponen a lo largo, pero lo suplanta con zooms digitales. No es necesario acercarse al objeto, la autora hace zoom en donde quiere que prestemos atención (como por ejemplo en la pupila de Ariel, en una selfie que le manda en donde tiene el ojo levemente desviado por el estrés de la situación).

 

El tamaño, las fotos, los guiños, los pixeles y el blureo hacen del libro un híbrido.

El libro es celular y es libro. Es foto y es captura de pantalla. La autora es fotógrafa y guionista. Escribe y chatea. Recolecta, selecciona, y construye un relato mediante otro.

Los formatos nuevos proponen formas nuevas de documentar y libros como los de Toia agrandan el universo de lo fotografiable. Sin entrar en el debate de “¿hasta dónde llega la fotografía?” (la respuesta parecería ser: ¡¡muy lejos!!), El finde estuve en Rosario es un libro empapado de presente, sin quedarse atrapado allí. Implanta preguntas sobre la imagen, sin perder en el pasaje de lo virtual al objeto, lo frágil de esas conversaciones que parecieran ser, por naturaleza, descartables.

reseña: COPIA – ❤ @copia___________ – ✎ somoslacopia@gmail.com

Este libro es forma parte de nuestro catalogo, se puede visitar en nuestro  catálogo virtual  o buscador por palabras  y participar del club de suscriptores para compartir libros & investigaciones.

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UN TIEMPO DE GRACIA

Reseña de la publicación BARDO de Lucila Heinberg para el club de lectores de la biblioteca de TURMA por Florencia Cosin

Es domingo a la tarde, y en el fondo de una casona vieja en Buenos Aires nos reunimos a celebrar la salida de imprenta de Bardo, el último libro de fotografías de Lucila Heinberg.

Todo esta listo pero aún no comienza. En el fondo de la casa, que devino en espacio cultural, se dispusieron mesas y sillas bajo los árboles. Algunas fotos del libro están pegadas en las paredes. Forman pares aleatorios, son pruebas de imprenta, descartes de pliegos que no respetan el orden en que las imágenes se ven en el libro, pero mantienen el tono y la música que propone.

El patio se va llenando lentamente. Llegan colegas, amigos y algunos niños. Crece un bullicio. Un momento después la autora toma la palabra y cuenta.

Es un libro de fotos de un viaje. No importa muy bien cuál es el destino, es un libro que tiene una sola certeza, la certeza de que lo bello es también lo triste. 

Es un libro que pregunta, pero que no sabe cómo decir.

Toca ese momento entre la vida y la muerte, que el budismo resume con el término bardo.

Es un libro que honra la vida, su azar y su tragedia:

Un niño jugando en la vereda  y una cabra muerta.

Un muchacho joven con una ametralladora entre las manos que sin embargo sonríe.

Y el mar,

que todo lo limpia,

que todo lo lleva.

Alguien mira por la ventana de un tren

mientras una chica sale del agua,

y otros van hacia ella.

Una pareja de novios parados en la calle, de espaldas a la cámara. Están listos para casarse. Tienen toda una vida por delante. El vestido blanco de la novia deja su espalda al descubierto. La espalda representa el tiempo pasado para el budismo, las heridas no resueltas.

y la espuma del mar en las orillas,

Un niño se ha acostado a dormir. Se cubre con una manta blanca. Antes de que llegue el sueño  o cuando el niño despierta, la cámara los descubre con los ojos abiertos.

Fotografías tomadas con película, algunas veces vencida, traen postales de un tiempo fuera del tiempo.

Dos hombres que caminan de espaldas a la cámara. Vestidos de negro, con trajes casi idénticos entre sí. ¿Hacia qué sabidurías van? Solo dios lo sabe. Caminan con las cabezas bajas, mirando el suelo de la ciudad que habitan. Safed  – la ciudad hebrea en la que se estudia la cábala – .  Ha comenzado shabat. El día de descanso.

Los haluros de plata de la película vencida forman una capa de manchas amarillas sobre Safed, pero el paisaje podría confundirse con una pintura oriental. Un ascetismo gobierna la imagen, los hombres se ven pequeños y nadie los rodea. La economía del paisaje hace el silencio.

La foto de los estudiosos de la cábala es lo bello. Y esta justo en el centro del libro: su corazón.

Hay algunas imágenes a las que la autora define como autorretratos: un perro, una cabra, un cerdo y la cabeza de una cabra muerta. “Soy lo otro, me siento lo que veo” dice Lucila.

En todos los autorretratos se cuenta lo animal, lo salvaje, lo que no se conoce. Estas imágenes desde la ironía se mueven hacia la risa.

En el único poema del libro la autora escribe:

“Un amigo me regaló un tiempo de gracia,

no sé cómo lo usé,

intenté ser fiel a mí

ni idea qué es.

Mi mirada cambió

Fui feliz y me sentí culpable”

Este conjunto de fotografías reunidas como si formaran juntas un ramo de flores, ¿qué quieren decir?

Es un libro de un viaje. Y de una casa. Y de muchas casas.

Insisten los retratos de personas de espaldas, pero también insisten retratos frontales que sostiene la mirada. Paisajes donde la naturaleza se impone. Fotografías de iglesias, edificios y casas pequeñas. Antenas parabólicas vistas desde lejos y también desde muy cerca.

Las dobles páginas proponen encuentros de diferentes universos. Algunas veces parecen ser opuestos entre sí. Como dice Georges Bataille “… la existencia de un punto en el que lo divino y lo horrible, lo poético y lo repugnante, lo erótico y lo fúnebre, coinciden”. La certeza de que lo bello es también lo triste.

Es un libro que va hacia arriba pero es abajo, es bello y es macabro, es la pregunta sin respuesta. Es. Ese momento entre la vida y la muerte.

Dice la autora “este libro es una ofrenda para los que están y para los que no están”. Y se acerca con delicadeza a la ausencia,

y la presencia arrolladora del mar.

Fotografías que hablan en un lenguaje inteligible pero audible, como una música que suena a lo lejos y la fuerza de una ola que rompe en lo alto y cierra el relato.

Estamos de vuelta en el fondo de una casona en Buenos Aires.

Las fotografías de Bardo se proyectan sobre una de las paredes del patio, mientras la voz de la autora se esparce sobre ellas como una luz nueva,

sin embargo ha ido oscureciendo.

Se hace un silencio,

es de tarde y es domingo,

y en unos instantes llegará la noche,

entre tanto los pájaros pían

entre las ramas de los arboles de la casa que nos cobija

y no dejan de piar.

Es de tarde

y vendrá la noche

y habrá ahora

un libro en nuestras manos.

reseña: Florencia Cosin – ❤ @florcosin – ✎ florenciacosin@gmail.com

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Gustavo para colorear

Reseña de la publicación Gustavo para colorear de Johanna Rambla

para el club de lectores por Camila Salvaré

Gustavo para colorear es un trabajo fotográfico que parte de un álbum de fotos familiar. Del deseo de atravesar la memoria, los vínculos y el afecto fantástico.

 

Se trata de un fanzine realizado por Johanna Rambla, y está centrado en un personaje enigmático: Gustavo, el hermano de su abuelo Carlos, al que nunca llegó a conocer.

 

La historia comienza con una foto colgada en el living de una casa en la calle Federico Lacroze en la Ciudad de Buenos Aires a fines de los ochentas y una nena que se fascina por el particular retrato de un hombre apoyado contra una pared de madera con el torso desnudo y una toalla en el cuello.

¿Quién es este hombre de mirada seductora  y sonrisa sugerente?

Gustavo, el de la foto, fue el tío abuelo de Johanna, murió en el año 1983 a los 48 años de edad por una enfermedad desconocida y temerosa en ese entonces, que llamaban peste rosa o AIDS, sin tratamiento ni cura.

 

Si bien nunca se conocieron personalmente, porque ella nació años después de su muerte, la autora comienza a investigar dentro de su familia para conocer más acerca de este objeto de deseo.

A través de los años, va acumulando las fotos que su abuela le regala del archivo familiar cada vez que iba a su casa. Y entre todas esas veces, un día le da un álbum completo con fotos de Gustavo.

No era un álbum de familia, eran fotos personales de Gustavo. retratos, fotos de viajes y de amigos, pero sobre todo retratos de él, siempre mirando a cámara magnético, inquietante.

Ella sabía que Gustavo había sido gay, que había viajado mucho y vivido en varios países y que trabajaba de intérprete para Naciones Unidas.

Quería hacer algo con este material que llegó a sus manos,  pero no sabía cómo abordarlo. Decidió acercarse intuitivamente al álbum y seleccionar una primer imagen, la única en la que no está Gustavo:

Los de adelante son mi abuelo y mi abuela, mi abuela embarazada de mi mamá, a punto de parir y atrás están mi abuela Clarita, o sea la mama de Gustavo, el hermano de mi abuela que es el que es desaparecido y era fotógrafo.  En esta foto estaban ahí sentados esperando el llamado de Gustavo, se sacaron una foto, se la mandaron por correo y Gustavo la intervino con acrílico. En la foto original se ven las huellas digitales de Gustavo, la pintó y la agarró fresca y quedaron las huellas de Gustavo en la pintura.”

 

Esta imagen fue un disparador de algo, un punto de inicio en el intento por comunicarse de alguna manera con él, hacerle preguntas, contarle cosas, e intervenir con pintura los retratos como hacía Gustavo, operación que finalmente le da estructura al libro.

El fotolibro aborda a este personaje entrañable de la familia a través de la fotografía que es el medio que la autora conoce y maneja, pero no hay una intención biográfica hacia Gustavo en la publicación.

 

Es una especie de bitácora, donde la artista habla y se comunica con él de manera creativa, apropiándose de esas imágenes, proceso que generó en ella un universo nuevo, lleno de disfrute y exploración donde el pasado tiene otras posibilidades en el presente y en el futuro.

 

“Creé mis propias fotos de Gustavo porque yo no le pude sacar fotos nunca– nos cuenta Johanna.

Johanna interviene la imagen e interviene la historia familiar y la memoria, rompiendo la cronología del tiempo en clave epistolar.

La operación técnica para la realización de la pieza, fue escanear las fotos del archivo de su abuela, imprimir, intervenir las copias, volver a escanear e imprimir el fanzine en risografia.

“Lo de colorear tiene que ver con que a mi me gusta crear cosas interactivas, quería hacer algo que fuera solo mío, algo interactivo con los demás. Yo coloreé mis fotos de Gustavo y ahora quisiera que los demás interactúen con él, que se extienda…” 

 

reseña: Camila Salvaré – ❤ @carmelasalvare – ✎ camilasalvare@gmail.com

Este fotolibro se puede visitar en la biblioteca de TURMA: hay que agendarse en biblioteca@somosturma.com

 

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Un diciembre nuevo

UN FOTOLIBRO, UN OBJETO

Reseña del libro 88 pedazos de Federico Paladino, co-publicado por La Balsa editora y F.E.A. (Frente Editorial Abierto)
Acompañado de: una flor de yuyo

If you hold the stone
hold it in your hand
if you feel the weight
you’ll never be late
to undestand
 
 
Si sostenés la piedra
sostenela en tu mano
si sentís el peso
nunca vas a estar tarde
para entender
 
Caetano Veloso

 

 

Una serie de manos sostienen piedras a tamaño real, impresas en blanco negro.

Las piedras en la sucesión de páginas empiezan a convertirse en otras cosas, amorfas, miles de signos. Mientras la mano, incólumne, sostiene.

Esa mano significa poder: el puño hacia arriba. Sostiene piedras. Miles de acepciones.

 

Hay que sostener, nos dice el libro de 88 pedazos.

 

Un pedazo de piedra, es un pedazo de civilización, un pedazo de pared, un pedazo de ciudad, es materia, un fósil,  el tiempo.

 

Sostener el libro y viajar por sus páginas, es la repetición y la particularidad en el un-todo-igual. Invita a empezar a prestar atención en esa(s) piedra(s); la universidalidad y la particularidad.

 

El libro no cuenta directamente la procedencia, la historia del recolector de esas piedras; su referencia aparece soslayadamente en una serie de datos abajo a la izquierda de cada doble página. El código para descrifrar, los metadatos de la imagen. Como una ficha técnica, como un código de normalización y catalogación. La ubicación espaciotemporal aparece como un subtexto ahí presente,  sutil, que indexa.  A quien lee la imagen y quiere acceder al dónde, cómo y cuando, le queda investigar… como cuando se busca la forma de acceder a algo oculto de un videojuego en revistas especializadas, el boca en boca o en internet.

 

Pongamos la solución a mano. El recolector de fotos tiene coordenada específica: las piedras fueron foteadas el día de la aprobación de la reforma laboral en diciembre 2017, una ley de retroceso en las leyes de lxs trabajadorxs del país. En la web del fotógrafo-recolector-editor explica:

El 18 de diciembre de 2017 se efectuó una sesión del Congreso Nacional para aprobar una ley que entre otra medidas, reducía significativamente el ingreso jubilatorio. Durante 4 o cinco horas muchos manifestantes y organizaciones tuvieron un enfrentamiento a pedradas con la policia que rodeaba el Congreso e intentaba expulsar a las personas de la plaza central. Hice un registro de algunas de las miles de piedras que volaron esa tarde y que fueron retiradas horas después durante la madrugada.
El libro contiene 88 imágenes de registro de los restos.

El libro nos habla de la memoria, de la manifestación colectiva, del tiempo y lo que permanece. Los pedazos son los de la historia, son un recuerdo, una revisitación. Son el repertorio de nuestra memoria, transmisión de sentido. Sostener el peso de las 88 piedras – dos veces infinito-, guardar, recopilar esas imágenes. Editarlas, imprimirlas y publicarlas. Volverlas a ver. El libro dispara la idea de sacar cada página de la encuadernación para montar todas las piedras en el espacio otra vez, de la mano del recolector-editor de imágenes, que nos trae los restos de otro diciembre de nuevo ahora.

88 pedazos

Federico Paladino

La Balsa ©
F.E.A.
180 páginas
16x22cm digital printing
150 copias

Podes acceder a la descarga gratuita del libro en su edición de lectura y reimpresión en www.frenteeditorialabierto.com.ar

Texto & fotos = Guadalupe Arriegue
web / ig

Este fotolibro se puede visitar en la biblioteca de TURMA: hay que agendarse en biblioteca@somosturma.com.

UN FOTOLIBRO, UN OBJETO

En el cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, Jorge Luis Borges inventa un concepto que titula Hronir. Un hnorir viene a ser un objeto que se encuentra en el ficticio mundo de Tlön y que es cualquier objeto que surge a partir del deseo. Allí cuando un objeto es buscado intensamente, siempre se lo halla, porque la voluntad modifica la realidad, o la inventa. El mero deseo produce el objeto. Todo lo que es imaginado, es posible de aparecer.
Inspirados en este concepto, la sección Un fotolibro, un objeto propone una reseña de un fotolibro en donde se proponga la lectura del mismo acompañado de un objeto. El objeto potenciará la lectura del fotolibro y abrirá otros caminos que este alberga.