DETENER LA GRAVEDAD

Para el club de lectores por

FOTOLIBROS DESTACADOS DE LA BIBLIOTECA

Detener la gravedad de Bianca Cassarotti es una autopublicación cuya investigación editorial fue realizada durante meses en nuestra biblioteca.

Además de contener una mirada sensible y personal sobre la fotografía y los libros (y la vida), desarrolla una teoría fotográfica que, junto a una bitácora de potencia metapoética, forma parte de su tesis de Licenciada en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires.

Hoy, el libro entra de nuevo a la biblioteca.

 

Compartimos fotos y fragmentos de Detener la gravedad, una mirada sensible y única –además de una investigación académica- que nos habla de la potencia de las bibliotecas y los archivos como espacio de buceo, sumersión e imaginación para la producción original de imágenes y libros.

BITÁCORA

(fragmentos)

1.

– Hola querida. Bien, con calor ¿y vos? ¡Ahhh! Estás estudiando. ¿Cuántas materias te faltan?* 

*Alguna conversación telefónica entre el 2008 y el 2017.

 

2.

Cuando era chiquita me encantaba cuando se cortaba la luz. Generalmente era tipo 7 de la tarde, la hora de bañarse y hacer la tarea, enton­ces simplemente aparecía la oscuridad. Esa oscu­ridad silenciosa y absoluta. Esa oscuridad que por sobre todas las cosas era diversión. Con mis hermanas jugábamos un cuarto oscuro infinito, o tratábamos de ver lo invisible. Si tenía­mos suerte se extendía por varias horas y teníamos que improvisar la cena con papas fritas, chizitos y esas cosas que generalmente comíamos el fin de semana o en alguna ocasión especial. Lo que más me gustaba era que se detenía el tiempo, ya no se podía hacer nada de lo que estaba planeado, estábamos obligados a disfrutar esas horas de la manera que quisiéramos. Si hubiese leído a Chejov por aquel entonces hubiese pensado “Solo lo inútil es placentero”.

En el momento en que se prendía la luz tenía la misma sensación que cuando me despertaba de un sueño o como ahora cuando termina una obra de teatro y los actores salen a saludar. Siento una mez­cla de emoción y tristeza, un deseo interno de que todo continúe, de prolongar ese universo.

También me acuerdo de la oscuridad que había a la hora de la siesta en la casa de mi abuela. Todos dor­mían. Yo me aburría un poco. El recuerdo que tengo de esa época es muy pintoresco, a veces pienso que tienen algo de novela gauchesca. Mis tíos, los hom­bres de campo con chambergo y faca. Las gallinas correteando por el patio, menos la del almuerzo. La cocina a leña y la radio prendida.

Adentro el televisor, arriba un poster de Evita. Afuera, un loro cantando la marcha peronista.

Lejos de la oscuridad los cumpleaños me parecían una de las escenas más divertidas, el mazapán de colores en las tortas, los peloteros, si era verano algu­nos padres se animaban y nos llevaban a las sierras o hacíamos bicicleteada.

Había un momento de los cumpleaños que me pare­cía mágico: el de la piñata. Era un instante donde se detenía el tiempo. Donde todo dejaba de ser y la ilusión poseía a todos. Era tan solo un instante y después el tiempo volvía a ser tiempo, los relojes volvían a marcar los segundos, todos volvíamos a ser felices o tristes, a reir o a llorar. Pero los recuerdos sobreviven a partir de esos instantes que se impri­men en la memoria como si el tiempo se detuviera, como si fuera una foto, como si no existiera otra cosa más que ese instante preciso.

 

3.

Entrar en la facultad, estudiar comunicación, fue como volver a esa etapa de la niñez donde todo se construye en formato de pregunta, una interrogación lleva a otra, algo dado te transporta a un cuestiona­miento. Desde que entré no paré de interrogarme, de interrogar a los otros, al estado, a los medios, al trabajo, a los cuerpos, las rutinas, los tiempos.

Cuando pensaba en la tesis hace unos años me ima­ginaba como resultado algo que pudiera concluir un pasaje, que pudiera cerrar y abrir. Ahora pienso que no sé si es posible crear algo que dé cuenta del trán­sito por la facultad. Es tan amplio y se internaliza tanto que aparece sutilmente en cada conversación o en cada reflexión. Lo veo en compañeros, cuando hablan, identifico como algunas cosas están ahí incorporadas subjetivamente en sus discursos.

Siempre me incomodó un poco el esquema de leer y resumir, estudiar, fijar y demostrar ese aprendizaje. Me asustaba la idea de que todo quede encerrado en esa dinámica que a veces no le encontraba sentido. De a poco todo eso empezó a caer y a adquirir una forma: una palabra, un texto, una imagen, un color, un sonido. De esta nueva etapa surge Detener la gra­vedad.

La carrera me ayudó a desentrañar. Ahora pienso como construir en capas, como materializar una idea y complejizarla. No para hacerla inentendible, para hacerla profunda. Un corte sencillo, cicatriza rápido y desaparece, una herida grande no se borra más. Hablo de la herida porque escinde y transforma, marca un antes y un después. Me gusta conectarme con eso desde la expectación y ojalá con el tiempo desde la creación.

“Frente a tanta imagen y a tanta nadería, prefiero preguntarme: ¿Llego al hueso con lo que estoy haciendo? ¿Me transforma lo que hago? ¿Puedo transformar al otro?” (cita de Adriana Lestido). Son esas preguntas las que me impulsan a emprender este camino y a buscar una respuesta, que quizás nunca encuentre, pero que hoy me llevan a querer detener la gravedad para encontrar un movimiento propio.

12.
A veces tengo miedo de que cuando sea grande
las preguntas se vuelvan afirmaciones.

DETENER LA GRAVEDAD

Pienso en ese momento en el que intento detener la gravedad. Cuando pelo una naranja con la concentración de un animal de caza. Cuando camino descalza una madrugada acompañando todos los movimientos con un silencio similar al de un hospital o una iglesia cuando la Luna se apaga. Cuando me siento en el inodoro a hacer el primer pis de la mañana. Cuando me punto la última uña de color rojo de la mano izquierda antes de salir de mi casa.

 

Pienso en ese momento en el que intento detener la gravedad. Cuando me subo una media can-can con la misma delicadeza con la que una enfermera agarra a un niño al nacer para que deje de llorar. Cuando le pongo cuatro broches a la ropa porque el viento no para de soplar.

 

El amor y la geometría. El momento en que un punto se convierte en un segmento de puntos para convertirse en espiral, para convertirse en círculo vicioso, para convertirse en línea donde los extremos no se tocan nunca más.

texto = Bianca Cassarotti

fotos del libro = Guadalupe Arriegue

Este fotolibro se puede visitar en la biblioteca de TURMA: hay que agendarse en biblioteca@somosturma.com.

La biblioteca de TURMA es un centro neurálgico de ideas y un espacio de encuentro.

Esta maqueta fue seleccionada para el Premio FELIFA – Futura 2018

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