Reseña del fotolibro Historia, memoria y silencios de Lorena Guillén Vaschetti por Sebastián Van Den Dooren
¿Para qué sirven las fotografías? En la foto se te ve llena de vigor, con mejillas redondas y ojos despejados, estás tal como tanto tu madre como yo queremos que estés, pero en realidad te quedas hasta tarde despierta en la cama, y lloras.
F. Kafka, Carta Felice Bauer, 27, I, 1913
¿Cómo funciona la memoria que uno tiene de su grupo familiar? ¿Cómo juega con la historia que nos contaron desde la infancia y que solidificaron nuestro presente? ¿Qué sucede cuando los silencios que giran en torno a esa historia, emergen a la superficie y les damos luz?
Historia, memoria, silencios, las tres palabras que sintetizan la reflexión de Lorena Guillén Vaschetti (Rosario, 1974) en su obra homónima, sobre fotografías familiares que, además de suyas, podrían haber sido las de cualquier otro. “Las fotos van más allá de mi historia personal, pueden pertenecer a cualquier otra historia”, dice la artista.
La obra, que se mostró en varias ciudades del mundo incluyendo Buenos Aires y que culminó en la publicación de un libro editado en Holanda e Italia, tiene una particularidad especial. La autora la creó a partir de los restos de un archivo familiar perdido, arrojado al olvido. Su madre tiró todas las fotografías familiares a la basura, supuestamente para quitarle a su hija el peso de heredar un archivo que ocuparía un lugar considerable en su futuro. Además, le dijo que “todo eso ya pasó, ya están todos muertos, ¿para qué conservarlas?”. Sin embargo, Lorena pudo rescatar una caja que había quedado en un rincón de la casa de su madre. Se encontró con diapositivas sueltas, paquetes de diapositivas agrupadas con una banda elástica, tubos metálicos con negativos imposibles de abrir, y pequeños trozos de papel que describían, con una o dos palabras, un viaje (“Dolomitas”) del cual no quedaba más que ese papelito que había envuelto diapositivas hoy desaparecidas. El libro tiene dos partes: una primera, que contiene las diapositivas que la autora refotografió sobre una mesa de luz y, una segunda, con otras diapositivas y objetos hallados en la caja que decidió dejar tal como los encontró, “Sin Abrir”, como el registro de una arqueóloga.
Sin este peligro de perder todo el archivo familiar, la artista no hubiera realizado el trabajo. Pero tampoco tuvo la intención de restaurar una memoria familiar a partir de migajas. Este mínimo material conservado en la caja –las fotos recorren un lapso de algunos años, entre fines de los 60 y mediados de los 70– le fue suficiente para revisar el pasado de su familia y para explorarse a sí misma. “¿Cuánto más podrían decirme las demás fotos perdidas? ¿Cuánto más podría saber acerca de mi familia?”, se pregunta.
Las imágenes familiares tienen un poder insospechado. Cuando Lorena comenzó a ver las diapositivas, descubrió aspectos de un pasado que la historia no le había contado. Su memoria tenía recuerdos oscuros que la familia arrastraba desde unos años antes de su nacimiento. Las fotos eran de un período inmediatamente posterior a un hecho trágico que había golpeado a la familia. Para su sorpresa, los personajes –abuelos, tíos, su madre– aparecían en circunstancias parecidas a las de cualquier familia: vacaciones, caras que revelaban una aparente alegría, personajes corriendo en la playa mar adentro, sonrientes. Sonreían. ¿Esto significaba que habían superado rápidamente el dolor? No. Las fotos mostraban a personas que intentaban sobrellevar una vida quebrada. Después de todo, “¿sonreían porque la estaban pasando bien y eran felices, o simplemente hacían un gesto a la cámara para mostrarse con una relativa alegría a las futuras generaciones?”.
A la hora de fotografiar las diapositivas, en la primera parte del libro, la artista decidió focalizarse intuitivamente en un detalle de cada imagen y dejar el resto fuera de foco. Fotografió, cuenta ella, como el recuerdo, sin poner la atención en todas las cosas sino posándola en ciertos objetos o ciertos lugares, tal como hace la memoria. Las caras aparecen con un ligero desenfoque, lo que remite de alguna manera al trabajo de Christian Boltanski sobre los álbumes familiares que adquirió en distintos mercados. Este detalle, en apariencia tan simple, le quita la identidad a las personas fotografiadas pero, a la vez, las multiplica: esas caras inidentificables ya no son de la familia de Lorena sino de todas las familias. El libro provoca un íntimo recuerdo en el espectador. En esas fotos luminosas, éste último reconoce el brillo de su propio pasado. Es aquí donde la obra de arte cumple su misión fundamental: generar un movimiento en quien la mira, similar al que experimentó la artista al momento de la creación, aunque en una diferente dimensión. En este caso, la obra produce conexiones internas, temblores en la memoria: anécdotas, acontecimientos y personas acuden al presente como si el espectador estuviera mordiendo la magdalena proustiana.
El libro en su totalidad tiene “un desarrollo progresivo hacia una conciencia de lo efímero que resulta la acumulación de los documentos fotográficos (hoy más que nunca)”. Las imágenes van desde la luz, la juventud, los viajes, escenas de aparente alegría, a la vejez, a la soledad, al estar adentro, a escenas de interiores donde los personajes aparecen solos. Y finaliza con los paquetes cerrados de diapositivas, los tubos metálicos contenedores de negativos y con los pedacitos sueltos de papel, «presentes como metáforas de aquello que uno no puede ni podrá saber del pasado, esos silencios que permiten dudar sobre lo que creemos que ocurrió y, como resultado, permiten re-escribir un presente distinto de nuestra identidad», tal como dice la autora.
Es un libro paradójico en estos tiempos donde casi todos los actos y experiencias de la vida cotidiana se fotografían y se «comparten» con una ansiedad evanescente.
Las pocas diapositivas que encontró Lorena, de las cuales seleccionó otras pocas para la edición final, construyen –reescriben– una historia sólida. Su obra demuestra que la memoria no se forma únicamente de imágenes fotográficas. Éstas no contribuyen por sí solas a repensar nuestro presente. Es necesario, por sobre todas las cosas, que las recubramos de una reflexión que vaya más allá de lo fotográfico, lo que exige una conexión más íntima con los silencios de nuestro pasado.
Referencias
Kafka, Franz, Cartas a Felice. Correspondencia de la época de noviazgo (1912-1917), Nórdica libros, Salamanca, 2013.
Resuche, Romina, “Lo que ya es pasado”, Radar-Pagina/12, 7 de julio de 2013. Entrevista con Osvaldo Quiroga, en el programa televisivo “Otra trama”, emitido el 7 de octubre de 2012.
Entrevista con María José D’Amico, en “Escribir con luz. Un programa sobre la fotografía”
Entrevista personal con Lorena Guillén Vaschetti, 23 de junio de 2016
Texto&Fotos= Sebastián Van Den Dooren
Revisión= Juan Peraza Guerrero
Este texto fue producido en el marco del PROGRAMA TURMA, para el Desarrollo de Proyectos Fotográficos que dura dos años y es coordinado por Julieta Escardó de la mano de un grupo de artistas visuales, músicos y escritores, que realizan tutorías y workshops especializados.