LAS QUE VENCEN

Reseña realizada por Julieta Pestarino para el club de lectores de la Biblioteca de Turma

Las que vencen es un fotolibro con formato de bitácora de viaje y cuaderno de notas de campo que nos sumerge en un recorrido por el litoral argentino. Mitad antropóloga, mitad fotógrafa, como una figura mitológica, su autora trabaja bajo dos perfiles que, en realidad, se resumen a uno: el poder abordar la experiencia para expresar sentidos.

Jose recorre en moto bajo la lluvia las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones en búsqueda de mujeres únicas que pueden vencer ciertos males, aquellas que saben realizar venceduras. Cada vez que llega a un nuevo pueblo y pregunta quién tiene este don y dónde vive. Sin rodeos, las visita a una por una, pasa tiempo con ellas, les saca fotos, las abraza. Me la imagino volviendo cada noche a su carpa y tomando notas de todo con oraciones cortas y concretas, pues está agotada de manejar todo el día, de recorrer rutas y pueblos nuevos, de levantar y volver a armar campamento. Sabe que ese registro es elemental para no olvidar las sensaciones de cada parte de la aventura. El cuaderno y la cámara son también, de alguna manera, una compañía en la soledad del trabajo de campo/viaje fotográfico.

Las páginas de este libro condensan mucha información con atento detalle y cada vez que lo vuelvo a mirar descubro un elemento nuevo. Si prestamos atención, encontramos datos que nos indican cómo avanzan los kilómetros del viaje, las coordenadas de ubicación de cada día, la ruta transitada. Hay fotos de paisajes, de ingredientes utilizados para las venceduras, retratos de las que vencen, de la moto, de animales y hasta de todos los elementos usados por Jose durante la travesía. Entre todas estas imágenes se alternan las notas de la autora y los testimonios de sus entrevistadas. Como todo libro es mudo, pero éste está repleto de voces y sonidos.

Leo/miro el libro y siento que estoy viajando con Jose en esa moto. Entro en un estado casi hipnótico. Me caigo en las curvas embarradas, tengo frío por la noche, miedo en los campings solitarios. Jose dice que no tiene miedo, pero yo sí. Leo durante semanas aquel día a día, vuelvo una y otra vez sobre las fotos y las recorro en un viaje propio. Siento el olor de la tierra húmeda y el calor de las casas de las mujeres que visitamos. Quiero saber más de cada una de ellas y hasta escucho cómo hablan en portugués. Este libro tiene sin dudas una cualidad: entre sus palabras y sus imágenes se arma una amalgama perfecta y no sé si las notas acompañan a las fotos o si las fotos revelan aquellas notas.

A medida que avanzan las páginas y me sumerjo en este litoral, me empiezan a asaltar conexiones con otras referencias. Me acuerdo que conocí a Jose cuando era adscripta en una materia que yo cursaba como alumna. Pienso en la idea de una antropóloga trabajando en moto, nada más diferente de lo que se supone que la universidad enseñaría. En realidad, no hay ninguna manera establecida de hacer las cosas, pero no sería lo que nos imaginamos como primera opción. Sin embargo, enseguida me acuerdo de una foto de la antropóloga Mery Douglas andando en moto, una señora mayor muy inglesa con su pollera y zapatos acordonados. Creo haberla visto en un libro ajeno, pero recuerdo que me compré un ejemplar hace poco. Es un libro justamente sobre antropología y fotografía, la coincidencia no podría ser más adecuada. Voy corriendo a mi biblioteca y lo ojeo rápido hasta encontrarla. Allí está, la foto es un barrido y Mery justo tiene los ojos cerrados. Dentro de todos los nombres canónicos con los que nos formaron muy pocos eran de mujeres, por eso no hay manera de que me olvide de ella.

Creo comprender que el primer acercamiento con las que vencen que tuvo Jose fue a partir de la psoriasis de su mamá. Lo entiendo perfectamente porque me remite a la psoriasis incurable de mi papá. Nunca visitó mujeres que vencieran, estaba resignado a convivir desde adolescente con un mal que se extendía sin tratamiento de la ciencia moderna. Pienso en muchos otros males que no tienen una solución certera. Entonces allí aparecen ellas, con un conocimiento heredado que no pueden transmitir mientras lo estén ejerciendo. “Las mujeres somos las que sabemos esto, las que aprendemos para salvar a los hijos”, afirma Doña Quela de Yapeyú. Al lado de su relato la podemos ver, con su mirada severa y las manos huesudas. Ella sabe vencer a la culebrilla y si nos tragamos una espina de pescado. Seguramente puede vencer algunos males más, como Susana de Ubajay que vence empacho, rendidura y desgarros. “Las venceduras no se cobran, se hacen de corazón” nos dice.

Siempre pensé que la antropología y la fotografía tienen mucho en común y creo que este libro lo confirma. Si lo mira unx fotógrafx creerá estar viendo un fotolibro; si lo mira unx antropólogx pensará estar ante un hermoso cuaderno de notas de campo ilustrado. Si bien desde un principio trabajaron juntas, la separación entre estas dos disciplinas se concentró en diferenciaciones críticas alrededor de las ideas de realidad y verdad, divergiendo en tradiciones muy diferenciadas. En cierto punto se pensó que la escritura sería más objetiva que la creación de imágenes. Sin embargo, en ambos casos el ejercicio es el mismo. Las que vencen propone un viaje compartido entre disciplinas, entre quienes leemos/miramos y su autora, entre la posibilidad de vencer y de creer.

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Julieta Pestarino

SOBRE ADAPTACIONES Y ENGAÑOS A PRIMERA VISTA

de Viviana Carlos por Gabriela Ballesi para el club de lectores de turma

La actitud ecológica de Viviana Carlos en el fotolibro “Sobre adaptaciones y engaños a primera vista”

Existe un deseo por construir físicamente el paisaje para que cumpla con las especificaciones de nuestras fantasías. Aun cuando el paisaje construido sea amable y generoso, es totalmente ficticio.

Viviana Carlos

Engaños

 

 

La palabra “California” inmediatamente dispara en nuestro imaginario los cielos límpidos, el sol brillante y constante, el mar y la fantasía de los sueños cumplidos en la fábrica de Hollywood. 

 

 

Pero California es un estado ilusorio y hasta su nombre no tiene relación alguna con el territorio. Conquistada por los españoles, esta palabra proviene de una antigua novela de caballería escrita durante el siglo de oro, que forma parte de un subgénero denominado “falsa traducción”. Las falsas traducciones dotaban a los relatos de un aura misteriosa y lejana, ya que atribuían a las historias orígenes griegos o latinos. 

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En la portada del libro “Sobre adaptaciones y engaños a primera vista”, Viviana Carlos dispone una imagen que desconcierta. ¿Qué vemos? Algo que parece un ave posada sobre un tronco partido, el perfil de una planta. Pero… de qué se trata esa estructura? ¿Son ramas? Con esta confusión nos adentramos en sus páginas que, a simple vista, parecen una sucesión de imágenes de archivos de palmeras. La primera imagen nos sitúa en una hilera de una calle cualquiera de Los Ángeles, pero en el recuadro donde debiera ir alguna información escrita, hay vacío. Como una señal, ese epígrafe por llenar será una invitación a buscarlo por nuestros propios medios a lo largo de la lectura.

 

 

Así como la palabra “California”, las palmeras que vemos en las postales no son autóctonas. Antes de la conquista, el paisaje original era semiárido y solo crecían palmeras nativas muy lejos de Los Ángeles, en el oasis del desierto del Colorado. Los misioneros franciscanos fueron los primeros en introducir especies exóticas, plantadas con fines ornamentales. Y a lo largo del siglo XIX e inicios del XX se insertaron muchísimas más con el fin de instaurar la idea que California era el litoral mediterráneo de América, su costa latina, soleada, protegida por palmeras. Toda esta puesta en escena se hizo con el fin de convencer a la población de migrar y habitar ese espacio luego de la fiebre del oro.

 

Adaptación 

 

Viviana Carlos es mexicana y emigró a Estados Unidos con su familia de pequeña. Se trasladó muchas veces entre México y Estados Unidos. Como ella reconoce, tuvo la suerte de atravesar una inmigración bajo las normas de la ley estadounidense. Pero tener la documentación completa solo facilita uno de los aspectos de establecerse en un nuevo lugar.  Como las palmeras, Viviana tuvo que insertarse en otra cultura, aprender sus costumbres, su idioma, adaptarse.  Así como la naturaleza, ella atravesó un proceso continuo de variación, combinación y mutación. 

 

 

 

 

A diferencia de los conquistadores, Viviana toma lo que el espacio le brinda para hacer su trabajo: utiliza material de archivo de diversas colecciones. No interviene en el paisaje de las imágenes, sólo lo investiga.  Las únicas imágenes producidas por la autora son apenas pequeños registros: un colchón tirado sobre un piso con unas mantas encima en medio de un cuarto claro; sobres y papeles desparramados en la calle; una pequeña y solitaria casa al anochecer iluminada tan sólo por una lámpara. Parecen las marcas que alguien deja apenas llegado a un lugar, casi anónimas, sin huellas, sin raíz.  A modo de reparación y a sabiendas que no hay forma de retornar al origen, la propuesta de la autora tiene una actitud ecológica dentro del hábitat actual de la fotografía, donde se producen imágenes sin parar.   Otra decisión importante es la elección de imprimir las fotografías a una tinta por medio de risografia. En esta técnica artesanal, las reproducciones no son idénticas, sino que en cada una aparecen detalles, imprecisiones profundamente conectadas con la siembra intensiva de palmeras: si bien todas son de la misma especie, cada una es poseedora de detalles que las singularizan frente al resto.

Las hojas de las palmeras maduran y se endurecen rápidamente. Esta característica las hace menos atractivas para comer y por esta causa, las palmeras se salvaron de ser devoradas por los dinosaurios, relata Viviana en los textos que acompañan a las fotografías, escritos tanto en español como en inglés.  Algunas especies tienen espinas, incluso veneno. Y como ellas, cualquier recién llegado se protege, se endurece. Tiene que ocultar las marcas de origen, camuflarse con el entorno. Adaptarse es una forma de engañar, más que nada a uno mismo. 
Algunas palmeras parecen a punto de caerse, otras están erguidas sobre el horizonte. Unas encerradas entre verjas, otras saliendo por encima de los techos de las casas. También las hay en grupos de dos o tres, pero muchas más solitarias. Los ejercicios de adaptación son diversos y cada ejemplar desarrolla el que mejor le facilite el asentarse.
Hay un grupo de imágenes en el libro que son diferentes al resto: son primeros planos de las palmeras, sus surcos, sus raíces, la sombra particular que proyectan sus hojas sobre los troncos. Dejan de ser un grupo, poseen identidad. Quedan en silencio, sin texto que las acompañe. Nos invitan a descifrar su enigma, conocerlas más allá de lo colectivo, a observarlas y escucharlas.

Inventar un sueño

 

 

Las palmeras de Los Ángeles deben su status icónico más a las aspiraciones culturales y la ingeniería de principios de siglo XX del sur de California que a la ecología natural de la región.  Las palmeras están más relacionadas con las hierbas que con los árboles y por esta razón necesitan abundante agua para crecer, casi tanto como los cuidados y verdes céspedes que se ven en toda la región.  Todos ellos dependen de inmensas cantidades de agua que el sur de California importa desde cuencas hidrográficas lejanas. Se vaciaron valles para que esa ciudad crezca. Y gracias a la especulación de terratenientes y grandes comerciantes, estos terrenos cobraron altísimo valor.
La última plantación masiva de palmeras se realizó en 1931, con el objetivo de embellecer la ciudad en vistas a los Juegos Olímpicos de 1932. Sin embargo, la razón detrás de plantar 40.000 ejemplares tenía como objetivo principal que los desempleados de Los Ángeles volvieran a trabajar luego de la crisis del ́29.  

En la actualidad, muchas de las palmeras plantadas en la década de 1930 se acercan al final de su vida natural. La llegada del picudo rojo -conocido por devastar las poblaciones de palmeras en todo el mundo- es un mal augurio para el futuro de los árboles más jóvenes. El Departamento de Agua y Energía de Los Ángeles informó que a medida que las palmeras mueran, la mayoría serán sustituidas por árboles mejor adaptados al clima semiárido de la región, que requieran menos agua y ofrezcan más sombra. 

En la actualidad, muchas de las palmeras plantadas en la década de 1930 se acercan al final de su vida natural. La llegada del picudo rojo -conocido por devastar las poblaciones de palmeras en todo el mundo- es un mal augurio para el futuro de los árboles más jóvenes. El Departamento de Agua y Energía de Los Ángeles informó que a medida que las palmeras mueran, la mayoría serán sustituidas por árboles mejor adaptados al clima semiárido de la región, que requieran menos agua y ofrezcan más sombra. 

 

En su libro “Shanzhai”, Byung-Chul Han desarrolla las controversias que genera en occidente la copia y lo falso. Frente a esta postura, él contrapone la china que concibe la creación en y desde la copia. Las creaciones que imitan al original se caracterizan por una gran flexibilidad, mutan tanto que se convierten en originales o incluso, mejores que aquellos. 
Frente a los picudos, frente a la incertidumbre del cambio en el paisaje, la adaptación y la mutación serán las nuevas formas de habitar. Qué mejor manera que seguir engañando este territorio triplemente falso que es el sur de California. Incluso hasta podrían insertarse las mismas plantas nativas de la región. Aunque sabemos, luego de esta lectura, que cada inserción será una adaptación y posiblemente, otro nuevo engaño.

  • Gabriela Ballesi