Sin este peligro de perder todo el archivo familiar, la artista no hubiera realizado el trabajo. Pero tampoco tuvo la intención de restaurar una memoria familiar a partir de migajas. Este mínimo material conservado en la caja –las fotos recorren un lapso de algunos años, entre fines de los 60 y mediados de los 70– le fue suficiente para revisar el pasado de su familia y para explorarse a sí misma. “¿Cuánto más podrían decirme las demás fotos perdidas? ¿Cuánto más podría saber acerca de mi familia?”, se pregunta.
Las imágenes familiares tienen un poder insospechado. Cuando Lorena comenzó a ver las diapositivas, descubrió aspectos de un pasado que la historia no le había contado. Su memoria tenía recuerdos oscuros que la familia arrastraba desde unos años antes de su nacimiento. Las fotos eran de un período inmediatamente posterior a un hecho trágico que había golpeado a la familia. Para su sorpresa, los personajes –abuelos, tíos, su madre– aparecían en circunstancias parecidas a las de cualquier familia: vacaciones, caras que revelaban una aparente alegría, personajes corriendo en la playa mar adentro, sonrientes. Sonreían. ¿Esto significaba que habían superado rápidamente el dolor? No. Las fotos mostraban a personas que intentaban sobrellevar una vida quebrada. Después de todo, “¿sonreían porque la estaban pasando bien y eran felices, o simplemente hacían un gesto a la cámara para mostrarse con una relativa alegría a las futuras generaciones?”.
A la hora de fotografiar las diapositivas, en la primera parte del libro, la artista decidió focalizarse intuitivamente en un detalle de cada imagen y dejar el resto fuera de foco. Fotografió, cuenta ella, como el recuerdo, sin poner la atención en todas las cosas sino posándola en ciertos objetos o ciertos lugares, tal como hace la memoria. Las caras aparecen con un ligero desenfoque, lo que remite de alguna manera al trabajo de Christian Boltanski sobre los álbumes familiares que adquirió en distintos mercados. Este detalle, en apariencia tan simple, le quita la identidad a las personas fotografiadas pero, a la vez, las multiplica: esas caras inidentificables ya no son de la familia de Lorena sino de todas las familias. El libro provoca un íntimo recuerdo en el espectador. En esas fotos luminosas, éste último reconoce el brillo de su propio pasado. Es aquí donde la obra de arte cumple su misión fundamental: generar un movimiento en quien la mira, similar al que experimentó la artista al momento de la creación, aunque en una diferente dimensión. En este caso, la obra produce conexiones internas, temblores en la memoria: anécdotas, acontecimientos y personas acuden al presente como si el espectador estuviera mordiendo la magdalena proustiana.