ACASO LAS FLORES

Para el club de lectores por

Reseña de Manuel Fernández para el club de lectores de TURMA

Asunción Editora

2018

Hoy es 24 de diciembre, no hace calor y en un rato voy a encontrarme con parte de mi familia en la casa de unxs amigxs que quiero mucho y veo poco a celebrar la nochebuena. En estas horas previas a la cena me pongo a ordenar algunas de las ideas que disparó en mi Acaso las flores, el libro de Cecilia Reynoso publicado por Asunción Casa Editora. 

 

Advertencia: esta reseña será escrita desde el cariño y la admiración que tengo tanto por la artista como por las editoras. 

Acá va: 

 

 

En el año 2002 LCD Soundsystem publica un sencillo llamado Losing my edge. Allí, James Murphy cuenta que está perdiendo ventaja frente a las nuevas generaciones de jóvenes músicxs. En algunos párrafos de la canción nombra varios acontecimientos fundacionales de la historia de la música pop (o al menos de su historia) y canta: Pero yo estuve ahí, ubicándose en el centro de la escena, marcando una diferencia con sus competidores imaginarios y estableciendo también un vínculo tan fuerte con ese hecho histórico que le permite sentirse parte de ese momento. 

 

Al mirar el libro de Ceci no puedo evitar sentir lo mismo. No conozco a las personas retratadas, pero siento que yo estuve ahí, que participé de esas reuniones, que jugué con lxs niñxs, que lxs vi crecer y que atravesé junto a ellxs los mejores y los peores momentos del grupo. Entiendo que esto no es por conocer el trabajo, ni por haber visto muchas veces las fotos, sino porque Acaso las flores cumple con aquella premisa que dice Pinta tu aldea y pintarás el mundo. 

El libro deja grandes espacios en blanco alrededor de cada una de las fotos, como para que quien lo observe pueda completar ese vacío con sus recuerdos. Una operación diferente a la que tiene lugar en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Michel Gondry, 2004) donde Joel Barish, el personaje interpretado por Jim Carrey, agobiado por el final de una relación, acude a Lacuna Inc. para borrar todo recuerdo de Clementine (Kate Winslet), generando así una serie de huecos en su memoria. En la publicación estas superficies blancas ayudan a que nos reencontremos con nuestra historia. 

El libro propone también un diálogo entre los vínculos familiares y las referencias visuales. Comienza con un fotograma en tapa de una película de Luchino Visconti y continúa con treinta y cuatro cuadros más de diferentes películas del mismo director italiano. Estas capturas fueron impresas a página entera y en un papel de gramaje ligero, mientras que las fotografías están impresas en un papel de mayor gramaje y ocupan una pequeña porción del ángulo superior derecho de cada doble página. Como si con esta decisión de diseño, las editoras Alejandra González, Agustina Triquell y Mariela Sancari, hubieran querido arriesgar desde la materialidad del libro una suerte de jerarquización entre las fotografías, las capturas, las referencias, los recuerdos y la construcción de memoria.

Otro vínculo posible entre las fotos de Ceci y las capturas de Visconti -aparte del encadenamiento infinito que propone el texto en el interludio del libro- es el de la relación entre cine y fotografía, y en especial con la puesta en escena. Las fotos de la familia Flores se mueven en una línea difícil de definir entre el registro documental y lo escenificado. Quizás sea por la iluminación elegida o por lo inverosímil de algunos de los instantes capturados. Como sea, estas imágenes generan una sensación, a la vez extraña y placentera, de no saber bien si lo que se ve es algo preparado para la toma o no. De todas formas, nada de eso importa. 

 

Lo que sí importa es cómo Acaso las flores construye este álbum familiar / universal / árbol genealógico de referencias a partir del cual quienes vemos el libro tenemos la posibilidad de sentir que estuvimos ahí. 

Manuel A. Fernández 

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